Publicado el 27 de Octubre de 2015 a las 5:06p.m.

Profesor Attonitus.

Es necesario generar una pedagogía de la pregunta.

Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta.

Paulo Freire.

 

Crecí pensando que la escuela era el espacio donde encontraría todas las respuestas. En el aula y con los libros se pretendía contestarlo todo, presentando las grandes ideas, los grandes hombres y las grandes realizaciones de la humanidad. En aquellos años, una antigua colección enciclopédica, El Tesoro de la Juventud, me guiaba con la sección “El libro de los por qué” y, cuando ya era un adulto, en los ochenta, una popular serie de televisión afirmaba:

 

En los libros hallarás

el tesoro del saber

para ti todo será

si aprendes a leer.

 

Sí, derrochando optimismo, Odisea Burbujas prometía todo y era convincente.

No más. Nuestros alumnos ya no van a la escuela, como hicimos nosotros, para adquirir “contenidos”. La información es ahora omnipresente y nuestros alumnos acuden a las aulas para adquirir, sí, aún conocimientos básicos, pero sobre todo estrategias útiles.

San Agustín decía que “pensar es atar cabos para llegar a conclusiones”, sobreentendiendo que tan necesarios son los cabos como saber atarlos. En siglos anteriores, el énfasis estuvo en proporcionar “los cabos”, los conocimientos, lo que principalmente se obtenía de los libros y en el aula. La capacidad de atar los cabos vendría después, al enfrentarse a las experiencias concretas de la vida adulta. En el siglo XXI los cabos, los contenidos del plan de estudio, están al alcance de un teclado, y por ello habrá que poner ahora el énfasis en la habilidad para atar los cabos y enfrentar la creciente complejidad del mundo real. Esto es, “atar los cabos” significa aprender autónomamente, investigar, argumentar, trabajar en equipo, promover proyectos, tomar decisiones y crear con otros y respetando a los otros. Saber “atar cabos” es el adquirir las competencias para la vida, reflejadas en los aprendizajes esperados, el referente obligado para lo que ahora debe ser el quehacer cotidiano del docente en el aula.

En nuestro siglo XXI todo está cambiando, la manera en que compramos, nos divertimos, nos relacionamos, nos informamos y aprendemos. El impacto que provoca el surgimiento de una nueva forma de la civilización nos deja atónitos, y por ello quizás debemos comenzar por resolver, para nosotros y para nuestros alumnos, la tensión provocada entre nuestra tendencia a mantenernos en territorio conocido y la inclinación a adaptarnos a un mundo cambiante y confuso, tan confuso que nos vemos agobiados no sólo por un alumno diferente, unos padres más demandantes y una sociedad más crítica, sino también por los planteamientos de las autoridades educativas que nos atosigan con nuevas leyes, lineamientos, acuerdos, orientaciones y… desorientaciones.

Solemos decirle a nuestros alumnos que para comprender algo deben identificar las ideas principales, lo relevante y lo consistente y descartar lo secundario, lo irrelevante y lo contradictorio. ¿No sería bueno hacer válido ese consejo para nosotros mismos? y, ante el abrumador cúmulo de información, cuestionarnos, por ejemplo, al estudiar los documentos referentes al ingreso, permanencia, promoción y reconocimiento del docente:

 

  • ¿Tengo que leer esto para aprobar la evaluación o para comprender y aplicar los conceptos?
  • ¿Cómo expresaría con mis palabras lo que se quiere comunicar?
  • ¿Cuáles son las ideas más significativas?
  • ¿Debería investigar más sobre un tema en particular?
  • ¿Podría definir con precisión el significado de conceptos como “logro”, “meta”, “autonomía”, “inducción”, “eficacia”?
  • Las opiniones vertidas por investigadores y capacitadores, ¿pueden ser totalmente objetivas o también debo evaluarlas críticamente?
  • ¿Por qué de las cinco dimensiones del perfil de la función docente sólo dos se refieren directamente a conocimientos y habilidades didácticas, y las otras tres a mejora continua, responsabilidades legales y éticas y funcionamiento eficaz de la escuela?
  • ¿Puedo formular mi propio modelo para explicarme por qué es necesario un nuevo enfoque educativo?

 

Attonitus, etimológicamente, significa ser aturdido por un trueno que desconcierta y paraliza. Al quedar atónitos ante un escenario educativo y social caótico, que amedrenta y reta, podemos optar por la inmovilidad, por aferrarnos a lo “malo por conocido” más que a “lo bueno por conocer” o a solicitar nuestra jubilación anticipada. Pero al quedar atónito y sentirse abrumado por la responsabilidad de ser maestro, también podemos reaccionar enfrentando animosamente una realidad diferente, buscando siempre ser un agente de cambio para que del caos surja una nueva armonía, a una sociedad reinventada, a un México más justo y más humano.¶

 

Articulista de Blog

Sergio Román Morales es profesor, asesor pedagógico y conferencista. Ingeniero químico (UNAM). Director de empresas (IPADE). Ex director general de la Facultad de Administración y Ciencias Sociales de la Unitec. Autor de libros y artículos sobre educación básica y gestión educativa.

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