El Resumidor

EL RESUMIDOR

Sugerido por Sylvia Benítez | 20 de Abril de 2020
Primaria > 3er período escolar (9 a 12 años) > Español
Trabajo individual y en equipo
Aplicación Ejercicios, práctica

Recomendada para cuando el grupo está:

Estimula principalmente las inteligencias:


Herramienta-aplicación que realiza un resumen de un texto. Puedes escoger el tamaño de la sinopsis indicando qué porcentaje de texto resumido deseas. Tendrás un resumen automático y también una comparativa entre el texto original y el texto resumido.

Sugerencia de uso

Comentar que, para resumir, basta introducir un texto en una aplicación llamada Resumidor y ella hace todo el trabajo por nosotros. ¿qué tan cierto es esto? Sólo tenemos que pegar el texto (fragmento, archivo o página web), elegir el idioma, establecer el porcentaje de texto resumido y listo. Proyectar el recurso y probarlo con un texto corto. Comentar el resultado con los alumnos: ¿está bien hecho?, ¿contiene las ideas principales del texto?, ¿fue rápido?, ¿lo podrías hacer mejor? Por turnos, hacer la prueba del Resumidor con varios textos que los alumnos propongan y que, antes de obtener el resultado digan qué elementos del texto no pueden faltar en el resumen. Después de obtener los resultados, comentar la efectividad del recurso. Reflexionar: ¿cómo lo hace la aplicación?, ¿cómo lo haces tú? ¿qué diferencias y semejanzas hay?, ¿es útil la herramienta?, ¿queda bien el resumen en todos los casos?

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Comentarios

Alarcón Abrahan

Alarcón Abrahan 3 de Mayo de 2021

despreocupados y llenos de dicha en un mayo extrañamente ventoso de hace
siete años. Por aquel entonces, yo era feliz, solvente, exitosa. Tampoco cuando
nos mudamos al número 23 de Blenheim Road, una casa más espaciosa y
encantadora de lo que había imaginado que viviría a la tierna edad de veintiséis
años. Recuerdo con claridad esos primeros días: deambulando por la casa
descalza, sintiendo la calidez de los tablones de madera, deleitándome con el
espacio y las dimensiones de todas esas habitaciones a la espera de ser ocupadas.
También a Tom y a mí haciendo planes: qué plantaríamos en el jardín, qué
colgaríamos en las paredes, de qué color pintaríamos la habitación de sobra (que,
en mi cabeza, ya era la habitación del bebé).
Puede que fuera entonces. Quizá fue ése el momento en el que las cosas
comenzaron a ir mal: cuando ya no nos imaginé como una pareja, sino como una
familia. En cuanto tuve esa imagen en la cabeza, el hecho de que fuéramos sólo
nosotros dos dejó de ser suficiente. Ya nunca lo sería. ¿Fue entonces cuando
Tom empezó a mirarme de otro modo y su decepción comenzó a reflejar la mía?
Después de todas las cosas a las que había renunciado para que estuviéramos
juntos, le dejé pensar que él no era suficiente para mí.
Dejo que me sigan cayendo las lágrimas por las mejillas hasta que llegamos
a Northcote, luego me recompongo, me seco los ojos y comienzo a escribir una
lista de cosas para hacer en el dorso de la carta de desahucio de Cathy.

shadow- kooki

shadow- kooki 29 de Mayo de 2021

Apenas su mamá salió a la calle, Perico se abalanzó hacia la cocina de
kerosén y hurgó en una de las hornillas malogradas. ¡Allí estaba!
Extrayendo la bolsita de cuero, contó una por una las monedas y constató,
asombrado, que había cuarenta soles.

Se echó veinte al bolsillo y guardó el resto en su lugar. Ajustándose los
zapatos, salió hacia la calle.

En el camino fue pensando si invertiría todo su capital o sólo parte de él.
Y el recuerdo de los merengues -blancos, puros, vaporosos- lo decidieron
por el gasto total. Hacía ya varios meses que iba a la pastelería de la
esquina y sólo se contentaba con mirar. El dependiente ya lo conocía y
siempre que lo veía entrar lo consentía un momento para darle luego un
coscorrón y decirle:

-¡Quita de acá, muchacho, que molestas a los clientes!

Y los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mujeres viejas con
bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda.

Cuando llegó a la pastelería, había muchos clientes. Esperó que se
despejara un poco el mostrador, pero no pudo resistir más y comenzó a
empujar. Ahora no sentía vergüenza alguna y el dinero que empuñaba lo
revestía de cierta autoridad. Después de mucho esfuerzo, su cabeza
apareció en primer plano, ante el asombro del dependiente.

-¡Ya estás aquí! ¡Vamos saliendo de la tienda!

-¡Veinte soles de merengue! -reclamó Perico.

Algunos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto punto sorprendente

ver a un rapaz de esa calaña comprar tan empalagosa golosina en

tamaña proporción.

-¿No ha oído? -Insitió Perico- ¡Quiero veinte soles de merengues!

El empleado se acercó está vez y le tiró de la oreja.

-¿Está bromeando, palomilla?

Perico se agazapó.

-¡A ver, enséñame la plata!

Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el mostrador el puñado de
monedas. El dependiente contó el dinero.

-¿Y quieres que te dé todo esto por merengues?

-Sí -replicó Perico con una convicción que despertó la risa de algunos
circunstantes.

Perico se volvió. Al notar que era observado, se sintió abochornado. Pero
como el pastelero seguía atendiendo a otros clientes, repitió:

-Déme los merengues -pero esta vez su voz había perdido vitalidad y
Perico comprendió que, por razones que no alcanzaba a explicarse, estaba
pidiendo casi un favor.

-¿Quién te ha encargado que compres esto?

-Mi mamá.

-Debes haber oído mal. ¿Veinte soles? Anda a preguntar de nuevo o que te lo
escriba en un papelito.

Perico quedó un momento pensativo. Extendió la mano hacia el dinero y lo
fue retirando lentamente. Pero al ver los merengues a través de la vidriera
renació su deseo y ya no exigió, sino que rogó con una voz quejumbrosa:

-¡Déme, pues, veinte soles de merengues!

Al ver que el dependiente se acercaba airado, pronto a expulsarlo, repitió
conmovedoramente:

-¡Aunque sea diez soles, nada más!

El empleado, entonces, se inclinó por encima del mostrador y le dio el
cocacho acostumbrado, pero a Perico le pareció que esta vez llevaba una
fuerza definitiva.

Perico salió furioso de la pastelería. Con el dinero apretado entre los dedos y
los ojos húmedos, vagabundeó por los alrededores.

Pronto llegó a los barrancos. Sentándose en lo alto del acantilado,
contempló la playa. Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin
ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas, una a una,
haciéndolas tintinear sobre las piedras. Al hacerlo, iba pensando que esas
monedas nada valían en sus manos y en ese día pensó que cuando sea
grande haría cosas terribles a las personas que se burlaron de él, como del
pastelero y hasta de los pelicanos que graznaban indiferentes a su
alrededor.

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